Cada día se publican más libros y reportajes que anuncian el fin del amor tal y como lo conocemos. Si la noticia anuncia el fin del amor basado en la desigualdad y la falta de reciprocidad, es sin duda una de las mejores para la era pospandemia. Además, de esa noticia no se deduce el fin del amor, considerado como una de las relaciones importantes de la vida. Las relaciones pueden tomar diversas formas, pero parece deseable que haya algo más que conexiones. Las conexiones son maravillosas, pero no acabo de ver por qué habrían de sustituir a las relaciones sólidas y estables.
Una relación amorosa no puede depender solo de la forma, casi más decisivo puede ser el carácter y la calidad de las personas que formen parte de ella. Por eso, ya sea en una relación de monogamia o poliamorosa, si hay algo importante es aprender a conocerte a ti misma y a las personas que te rodean. Una vez dicho esto, el problema real que percibo, el gran problema, sería que las jóvenes no os plantearais qué queréis del amor y juntas encontrarais una respuesta. En todo caso, a vosotras os corresponde decidir sobre el futuro del amor.(Nota: femenino inclusivo, los chicos están incluidos, por supuesto).
Las novelas rosas y películas románticas son un negocio inagotable. Venden millones de libros, tal vez debería abandonar el ensayo crítico y rencoroso y pasarme el romance. Hoy en día ha surgido con fuerza la novela romántica erótica. Es erótica porque hay sexo dentro de la tremenda historia de amor. Pretty Woman, Cincuenta sombras de Grey, la saga de Crepúsculo; todas coinciden en que un señor millonario o un vampiro, que para el caso tampoco tiene problemas económicos, va a resolver de un plumazo la vida de una joven sin mayor interés conocido que ser joven, guapa y sin dinero. Al final, todas encuentran un hombre increíble.
Esos hombres son increíbles. Pero no de forma metafórica: es que no hay hombres así en la realidad. Ellos son también guapos, pero uno es un vampiro; los otros dos son ejecutivos ultracapitalistas, otro tipo de chupasangre. El vampiro con dientes le dice a su enamorada: “Disculpa, pero ¿eres consciente de que si seguimos adelante con lo nuestro en un arrebato carnal te puedo convertir en un monstruo?”¿Qué va a responder ella, ahora que estamos en el siglo XXI? Pues que adelante, que el amor todo lo compensa. El señor Grey le dice a la suya: “¿Ves esta fusta? Es para ti”. Pues nada, vamos a pactar que el amor todo lo aguanta. Lo de Pretty Woman da más corte contarlo: es la historia de una “prostituta” que no ha ejercido no va a ejercer nunca, pues con su extrema juventud, frescura e inocencia enamora a un multimillonario.
Las tres películas se debaten como feministas. ¡Me cago en mi madre!, que diría una influencer. En serio, ¿qué hemos hecho para que nos tomen tanto el pelo? Que sí, que yo también he visto Pretty Woman 114 veces; por lo que no paso es por que nos digan que es “feminista”. El feminismo no tiene mucho que ver con las versiones modernas de Cenicienta. No, no vais a encontrar a un millonario que dé un giro insospechado a vuestra vida.
¿Quiénes compran y leen todas estas novelas románticas? Si son las chicas y las mujeres quienes las compran y devoran mayormente, ¿cómo es posible sostener, como se hace, que las jóvenes no desean ya relaciones comprometidas y estables? Más bien podríamos sostener que las chicas se han vuelto escépticas, muy escépticas, sobre el mito del amor romántico.
Hoy sabemos que el mito del amor romántico se ha utilizado para encubrir y legitimar la opresión de las mujeres. En palabras de Kate Millett, ha ejercido como una especie de opio para las mujeres. Entonces, parece lógico que, al dejar atrás el sometimiento, muchas jóvenes sientan que tienen también que repudiarlo. Hay más que razones para estar a la defensiva con el tema del amor; por ejemplo, el tema de la violencia contra las mujeres ha abierto cientos de telediarios. Recuerdo una amiga tuya que de pequeña dijo: “Pues yo de mayor no me voy a casar porque para que me maten… “Por otro lado, tu generación ha sido a menudo testigo de los divorcios de sus padres, del deterioro de las relaciones de quienes en su día se amaron. Estoy esperando leer más novelas de esa generación que ha vivido cómo lo que un día creyeron sólido se disolvía en el aire o en un juzgado. El caso es que razones no le faltan a tu generación para ser escépticas, bastante escépticas, con el tema del amor.
Hay jóvenes que se mofan de las películas románticas, tanto chicos como chicas, porque son duras y están de vuelta de todo. Una posibilidad que proponen esas películas somo alternativa es la de pasar vosotras también a coleccionar hombres. Por supuesto que dan ganas, pero hay que encontrar muy atractivos a los hombres para empezar a coleccionarlos. Porque a nosotras no nos dan bonus extra. Para nosotras, un hombre es un hombre y nada más. No es un símbolo de otra cosa, ni de nuestro éxito profesional ni del tamaño de nuestro clítoris. Es una individualidad.
Sin embargo, dan ganas porque los discursos patriarcales fastidian mucho. Me explico: los hombres disponen aún de un recurso relativamente sencillo para hacer sentirse inferiores a las mujeres, para sembrar confusión y controlar tal vez su comportamiento. Consiste en señalar que ellos pueden hacer cosas que nosotras no somos capaces de hacer. Eso, obviamente, nos pone del hígado. Hay un ejemplo especialmente repugnante, cuando dicen que una llave que abre todas las cerraduras es muy valiosa, pero una cerradura que es abierta por cualquier llave no tiene valor. La llave de la que hablan es el pene y la cerradura es el toto. No te gusta el ejemplo, lo presiento, pues a mí tampoco. La idea que subyace es que una mujer “no es capaz” de tener muchas parejas amorosas y/o sexuales. Esto se dice desde la superioridad, porque las chicas, pobres infelices, tienden a la monogamia.
Lees esto y te dan ganas de montar un harén. El truco es elemental, un mero discurso de la superioridad, “no podéis hacer lo mismo que nosotros”. Así te sacan de quicio y te puedes equivocar. Tú no puedes chulear diciendo “Mira, yo puedo ser monógama y tú no”, y que se haga una lectura positiva del texto. Como decía la gran Celia Amorós, “no resignifica quien quiere sino quien puede”. Tenéis que lograr poder simbólico suficiente para universalizar vuestros valores.
Las jóvenes se enfrentan aquí a la misma contradicción: hay una doble verdad pululando por todos lados y todavía no habéis decidido cómo reaccionar. No digo de forma individual, sino colectivamente. No sé si es adecuado actuar por reacción. A las chicas, como es lógico, se les llevan los demonios de la rabia, porque siempre están a un tris de quedar abajo, si follan porque follan y si no lo hacen porque no lo hacen. Parece que nunca acabamos de hacer bien las cosas. Siempre seguimos ahí, arrastrando nuestro déficit de legitimidad.
Las mujeres están buscando hoy el amor en otras mujeres. Lo han hecho siempre, aunque con muchas dificultades. Sin embargo, en la actualidad, que el matrimonio entre nosotras es legal, hay una creciente aceptación y cada vez son más las chicas que manifiestan abiertamente su condición de lesbianas y bisexuales. Las seguimos en las redes y se expresan con rotundidad. Algunas forman familias, otras, ya de mi generación, se separan y divorcian, y, si llega el caso, se vuelven a casar. La libertad respecto a la homosexualidad ha sido una de las cosas buenas de este siglo XXI. Aun así, nada es fácil, y tampoco la vida en una sociedad patriarcal en transición.
Las mujeres llevamos más de cien años esperando al hombre nuevo. Pero, cada vez que parece que va a llegar, surge un imprevisto, una nueva metamorfosis patriarcal. Ahora sí que parecían los chicos decididos a dar pasos hacia la igualdad, se subieron con nosotras al Tren de la Libertad, estamos juntos en las manifestaciones contra la violencia, contra la benevolencia ante las manadas y las violaciones. Pero, entonces, ¿qué hace el hombre nuevo en los burdeles y en los polígonos “de caza”?, ¿qué hace visitando los portales de pornografía en que las violaciones lideran el top de los vídeos más vistos de la semana? Por cierto, ¿no es un poco ridículo este nombre abreviado de “el porno”. Vamos a hablar también de “violen” por “violencia” o de “patri” por “patriarcado”. Es un nombre para hacerlo inofensivo, gracioso y cotidiano. Y tal vez no lo es, ya hemos vivido muchas mutaciones del patriarcado en que se presenta con piel de oveja y nos acaba devolviendo al pasado. O a un futuro distópico, que para el caso…
( Ana de Miguel. Ética para Celia. Contra la doble verdad. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona. 2021)